Cuando inició la cuarentena, sin darme cuenta, la gran mayoría de obras que miré eran viajes épicos, desde los más clásicos como el Don Quijote, los más característicos como el Hobbit, e incluso los más recientes como Kimetsu no Yaiba. Como era lógico muchas de estas obras no fueron las más adecuadas para explicar en el mundo en el que estaba viviendo en esos meses. ¿Cómo entender una aventura que promueve la importancia y los beneficios del viaje, en un contexto donde el único mundo con el que tenía contacto era mi habitación y los pasillos de mi casa? Lo cual me llevó a otra pregunta, ¿realmente todos los viajes deben tener el mismo peso, todos necesitan decir que la más grande de las acciones humanas es viajar y si eso no es posible, uno debía evadirse en historias sobre viajes? al plantearme esta pregunta recordé una lectura que había hecho no hace mucho y que justo era lo contrario a los valores de una travesía, pues narraba un viaje laberíntico, un viaje que se sentía como encierro.
Blame! nos narra la aventura del estoico Killy, un protagonista del que apenas se puede saber algo a lo largo de la historia, más allá de que busca los genes de conexión a la red, los cuales le permitirán ingresar a la Netsphere; además cuenta con un lanzador de partículas gravitacionales, un arma desproporcionadamente potente e inusual, principal herramienta para superar las difíciles pruebas que surgirán en su búsqueda. Killy se pasa rondando en las diferentes superestructuras, grandes bloques de pasajes laberínticos que guardan extrañas entidades tecnológicas. Es una obra críptica, de esas donde para comprender la historia es necesario ordenar la información que se da a cuentagotas, y que muchas veces no se comprende hasta tiempo después con más datos. Sin embargo en esta ocasión no hablaré de su trama, sino de su estética.
Es un manga inusual, tiene largos periodos sin un solo diálogo, lo único que se muestra es a Killy internándose en los oscuros y desolados parajes, encontrándose ocasionalmente con los extraños seres que los habitan. A pesar de que pocas veces se repite algún escenario y el recorrido de Killy es muy extenso, la obra nunca evoca esa sensación de estar ante un mundo amplio que se quiera explorar, cada camino parece un laberinto, o un espiral que se recorre esperando encontrar el fondo, pero tal lugar no existe, además en su variedad es bastante uniforme. El mundo en el que se presenta Blame! escasea de esa cultura que se vería en los escenarios de los viajes épicos, todo parece extremadamente artificial, y aún en donde se llega a ver vida, no parece una esperanza, sino el suspiro de algo que está por morir.
En los primeros meses de las pandemia, cuando la costumbre aún no surtía sus efectos, tuve esta sensación en los pasillos de mi casa, todo ya lo conocía, todo estaba en su lugar, sin embargo me sentía en medio de un laberinto, podía recorrerlo y buscar alguna salida, cualquier esfuerzo era inútil, pues los espacios jugaban en contra mía, y ese laberinto cotidiano no cedería en ningún momento. Daba largas caminatas en círculos para llegar al mismo punto, esa sensación de caminar todo lo posible al final de cuentas me tenía cautivo, sabía de su absurdo, sin embargo no podía dejar de moverme en círculos.
Los enemigos a los que se enfrenta Killy tienen algo de inquietante, ninguno es humano, todos se rigen por una lógica que al inicio de la historia es muy difícil de comprender. Estos seres extraños se presentaban en los parajes más desolados, donde la soledad grita más hondo con su silencio. Killy no cuenta con protección, pese a su potente arma, pues esta tiene tal fuerza que es capaz de arrojar a su dueño por los aires o destruir el piso en el que se sostiene. Siempre está esa sensación de incertidumbre, de que el peligro está en cada esquina.
Alguna vez tuve el disgusto de salir de casa, y digo disgusto porque aunque lo que más deseaba era caminar sobre las calles, uno se llevaba una mala sensación al ver en lo que se habían convertido. Fantasmalmente vacías, sólo se vislumbra una silueta a lo lejos, la cual pronto cambia de dirección (y si acaso se llega a ver una mirada, era de desdén), en los alrededores, los jardines cubiertos, las calles bloqueadas y cada persona es un potencial peligro. Y el paso de uno mismo es apurado, cómo evitar algo invisible, hasta las más cuidadosas medidas en esos momentos son insuficientes. La ciudad tan vacía parece que agoniza.
Cuando se lee Blame! y se piensa en lo poco que se conoce al protagonista, inevitablemente se reflexiona en un punto incómodo ¿es acaso Killy alguien a quien seguir?, a cada momento se torna más como un fantasma, se puede sospechar que emprende una búsqueda eterna de su última voluntad, sin saber que el mundo por donde vaga ya se ha perdido mucho tiempo atrás, que él es un ser anacrónico y no hay un destino para su camino. Blame! consigue esa sensación de detener el tiempo, uno nunca sabe bien si es día o noche, o cuánto ha durado el viaje del protagonista, tampoco se puede predecir cuánto aún falta por avanzar, en su recorrido no hay un transcurso, no hay un progreso. El único guía en aquel mundo hostil se convierte en un ente tan extraño y espectral, como los escenarios en los que habita.
Conocí esa sensación de vivir en una completa anarquía temporal en esta época pandémica, cuando menos me di cuenta ya vivía en las noches, los días se pasaban en un suspiro, las semanas corrían y apenas lograba reparar en ellas. A veces pensaba en retrospectiva mis acciones en la jornada, pero no recordaba haber hecho nada, con una trémula impresión rememoraba mis días anteriores y de igual forma no había nada más. Comencé a sentir mi vida como si fuera la de un fantasma perdido en el tiempo.
La información que ofrece la historia es difícil de asimilar, uno debe comprender un sistema complejo con un par de datos, a veces con conceptos que no dan una idea inmediata de lo que son. En cierto punto, la única conclusión segura es el avance de la tecnología. Su complejidad ha superado al humano, a quien muchas veces tiene subyugado, oculto de casi todo, porque cada ser que habita en su mundo lo podría eliminar de inmediato.
Esa subyugación a la tecnología fue demasiado evidente. A veces mis días se resumen en cambiar de un dispositivo a otro, en muchas ocasiones el único contacto humano era por medio de la tecnología, y dichos contactos eran fríos y distantes. Ante esta situación estaba esa sensación de no habitar un mundo, sino una representación muy particular generada en las distintas redes sociales y herramientas que un teléfono puede ofrecer. Semana tras semana uno se enteraba de la defunción de al menos de algún famoso, o de grandes crisis sanitarias en algún país, la muerte se convierte en una cifra, una noticia, un suceso esperable, del que en cualquier momento uno podría ser parte, ni siquiera esto significaba un temor, porque desde la tecnología todo parece intrascendente.
Blame! entre las muchas cosas que puede ser, me resulta un excelente recorrido sobre el encierro, un viaje laberíntico, que no contiene esos valores de vida y aventura de un recorrido común, sino una sensación de locura, de eterna repetición, de tiempo perdido e incluso, algunas veces, de no conocerse así mismo. Un viaje por los recovecos de la mente, cuyo umbral es el aburrimiento que lleva a caminos mucho más oscuros.
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