Yo, el gato de Natsume Soseki relata la historia de uno de los gatos más ilustres que han pisado este mundo, sin embargo no tiene un nombre. Este gato se aloja en el hogar de un furibundo maestro de inglés llamado Kushami, quien parece no dominar del todo su propio oficio. Pese a eso su hogar es el punto de reunión de sus colegas y viejos alumnos, quienes se reúnen para entablar inusuales conversaciones que ondulan de lo absurdo hasta la sorpresiva genialidad. Este ambiente donde abunda la algarabía intelectual (rica en galimatías) contagia al propio gato, quien hace un ejercicio constante de reflexión sobre su identidad, donde se distingue y asimila su identidad según lo que escucha de los humanos, en ocasiones se presenta como un humano más que observa con desinterés la sociedad gatuna, y en otras, al contrario, se siente demasiado felino, el comportamiento humano le parece absurdo y elogia las virtudes de su especie.
La novela se desinteresa por relatar una trama tal cual, su verdadero enfoque se encuentra en la cotidianidad de sus personajes, en las largas charlas que, aunque parecen ser profundas, se hacen en pos de superar el tedio de los días largos. También se centra en alguno que otro suceso que rompe la calma de los días, un robo a la casa o una inesperada invasión de estudiantes de un instituto vecino con la intención de hacer enojar a Kushimi. También en algunos sucesos mundanos, pero maravillosos en los ojos de un gato, como la visita a unos baños públicos. Los pocos sucesos que parecen merecer más tiempo que la conversación de una tarde, se pierden en el mismo tedio de la cotidianidad, aunque levantan el revuelo y atención de los personajes, al final la rutina permanece sobre los grandes conflictos. En este sentido, más que una novela, se asemeja a una serie de crónicas del gato protagonista sobre el mundo humano y sus contrastes con la cultura felina, usando recursos como el cuadro de costumbres.
Lo más espectacular ya está en casa. Las indagaciones del gato guardan grandes misterios. El gato, al igual que los humanos con los que convive, resalta por su vanidad, y este hecho se encuentra una gran pregunta, ¿los gatos y los humanos son vanidosos por naturaleza?, o sería muy egocéntrico decir que el ego del humano es tan grande que incluso lo contagia a otras especies. Así mismo se puede reflexionar sobre todo el bagaje cultural del gato, quien pasa de hacer observaciones basadas en sus sensaciones e impresiones a formar discursos cada vez más complejos, llenos de alusiones al arte o a la historia, que sólo pueden compararse a los que hacen los visitantes de la casa de Kushimi. De hecho hay un divertido crecimiento en el felino, absorbe todo el conocimiento que puede de sus dueños, hasta que con este mismo le basta para criticar los momentos menos lúcidos de ellos.
"No entender estimula el amor propio".
Así se forma una interesante división no del todo clara, entre un gato humanizado y unos humanos que de vez en cuando relucen por su salvajismo. De hecho el mundo gatuno queda desplazado en el interés de la novela, y lo más emocionante es observar a los humanos, que ofrecen un intrigante relato de la condición humana en la mediocridad de la vida cotidiana. Como Metei, un esteta, amigo de Kushami, quien gusta de contar absurdas historias a modo de broma, por lo general habla con toda la seriedad del mundo de asuntos absurdos, con tal de divertirse un poco. Kongetsu, un estudiante que en su mayoría parece vivir en su mundo, interesado en un sinfín de experiencias e ideas absurdas que sólo subrayan su carácter extravagante. O el mismo matrimonio Kaneda, quienes al verse despreciados por Kushami, quien antepone la importancia de un académico a la de un corporativo rico, usan todos sus recursos a disposición para hacer pasar malos ratos a Kushami con tal de demostrarle su error. El gato advierte que detrás de todo comportamiento humano hay una melancolía profunda, vivir el día a día es un acto triste, y por lo tanto cada personaje busca en sus obsesiones una forma de huir a esta depresión, Metei cuenta las historias fantásticas que no vive, el señor Kaneda busca confirmar la importancia de su existencia en la mirada ajena o Kushami, quien quiere revitalizar su monótona vida con ayuda del arte y la literatura, aunque siempre se apasiona más por los asuntos más simples del día a día.
Quizá el único personaje al que no lo consume el pasar de los días es el gato, quien vive en una eterna expectación, entre lo extraño de la vida humana, lo genial de la vida gatuna, las torpezas de Kushami, y sus grandes actos y pensamientos como uno de los gatos más notables que han existido, según como él mismo afirma. Así se conforma Yo, el gato, una crónica felina que desde un ángulo costumbrista encuentra las semejanzas entre los gatos y los humanos, hace de un espectáculo digno de ver, con el tedio de la vida humana, los sujetos más simples dan los discursos más sobresalientes sólo para matar el tiempo y las acciones más humanas más comunes terminan por ser las más extrañas a ojos de un gato.
"Cuando no hay estímulo para hacer algo, la vida se torna tediosa y sin sentido".
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